Comentario
Si, por un lado, el acceso de más mujeres a niveles más altos del sistema educativo les abre nuevas posibilidades profesionales, y es importante ahí el factor generacional, por otro, las mujeres van a formar un contingente importante de la mano de obra que emplea la economía sumergida, modalidad de trabajo que reaparece bajo formas cambiantes, que está presente en la economía preindustrial y en los momentos de crisis del capitalismo, pero que coexistió también con las etapas de auge capitalista, mediante la subcontratación. En las últimas décadas el fenómeno no es exclusivo de algunos países o de algún continente. En Europa existe otro ejemplo característico; se trata del caso de Italia, especialmente en sus provincias del centro, como Emilia-Romagna.Para España, conocemos el peso de la economía sumergida en la producción levantina de calzado, o el hecho de que la industria de la confección, por ejemplo, se nutra en los últimos tiempos, en buena medida, del trabajo de chicas muy jóvenes que cobran salarios muy bajos, y no gozan de ningún tipo de protección legal. El mundo rural ha visto crecer el número de talleres clandestinos, que ofrecen una alternativa ante la falta de trabajo en la agricultura y se benefician de una mano de obra que no está en situación de plantear fuertes exigencias laborales. Todo esto no es nuevo. En los comienzos de la industrialización, la manufactura acudía al mundo rural en busca de una mano de obra barata, y donde ese salario representara solamente un complemento dentro de la economía familiar. Aspectos ya conocidos se insertan en nuevas realidades.Los últimos años detectan la presencia creciente de mujeres con una elevada preparación en el mundo laboral público y privado. Las mujeres con una titulación superior encuentran, en general, una realidad menos discriminatoria por razones de género en el ámbito de la administración del Estado que en los empleos privados; así lo ha mostrado, por ejemplo, un estudio dedicado al empleo de las ingenieras y arquitectas.Cada vez se escribe más sobre las empresarias y las ejecutivas, mostrándolas como prototipo de los avances de las mujeres en el mundo laboral. Para un número muy alto de mujeres, sin embargo, los empleos accesibles son precarios, mal pagados, y, en muchos casos, a tiempo parcial.La consideración de que los puestos de trabajo bien pagados son para los varones sigue vigente. Cuando varias mujeres superaron las pruebas para trabajar como mineras en la cuenca asturiana, la oposición de los sindicatos a que ocuparan efectivamente esos puestos hizo saltar el debate a la opinión pública. Se invocaba la protección de la salud de las trabajadoras, al esgrimir la norma de la OIT que prohibe el trabajo subterráneo de las mujeres, pero en el curso de la polémica, las posiciones sindicales en favor de que esos puestos fueran ocupados por cabezas de familia se dejaron oír. El caso ofrece materia para la reflexión acerca del papel que la legislación laboral protectora ha jugado en el campo del empleo femenino, y acerca de la composición de los sindicatos y de los intereses que éstos defienden prioritariamente. Ya ha dado lugar también a peticiones para que se derogue la citada norma.Ya se ha citado la relación entre el descenso del índice de fecundidad (número de hijos por mujer) y la presencia femenina en el mercado de trabajo; para España, la disminución ha sido más tardía que en otros países europeos (se situaba en 2`8 en 1975), pero en los tres lustros siguientes ha descendido tanto que comparte con Italia y Hong Kong el nivel más bajo del mundo: 1`3. El índice de participación de las mujeres en el mercado de trabajo ha seguido subiendo a lo largo de los años ochenta, hasta llegar al principio de los noventa al 33,5 por 100 de la población considerada activa, cifra todavía muy baja comparada con la media comunitaria europea, un 45 por 100. Algo que parece desmentir la posibilidad de regreso al hogar, a pesar de la fuerte incidencia del paro entre las mujeres.En la etapa de ralentización de las economías occidentales, que empieza hacia 1975, y, de decrecimiento que se inicia una década más tarde, la cuestión del empleo va a estar en el centro de las políticas de austeridad y de lucha contra la inflación. Los intentos de movilidad, flexibilidad, reconversión, van a incrementar la segmentación del mercado de trabajo. La división del trabajo en función del género se convertirá en una palanca de la flexibilización. Y el paro va a afectar a las mujeres más que a los varones en todos los países de la Comunidad Europea, con la excepción del Reino Unido.La distribución por carreras de las universitarias continúa respondiendo a las pautas descritas; aunque se registra un progreso en el número de mujeres que acceden a los estudios de tipo científico y técnico, siguen representando porcentajes muy bajos en algunos de ellos. Así, las mujeres no superan el 7,3 por 100 de quienes estudian ingeniería en Bélgica en 1982; el 10 por 100 de quienes lo hacen en Alemania en 1981; el 10,3 por 100 en Suiza en 1983, o el 3,5 por 100 en Francia en 1985. Al mismo tiempo, existe una devaluación en el mercado de trabajo de los títulos más masificados.Por otra parte, al aumentar la competencia en el plano internacional, tal como se explica más adelante, distintos países llevan a cabo intentos de contener los salarios y ponen en práctica nuevas modalidades de empleo. Crece el empleo a tiempo parcial, y la proporción que éste representa dentro del conjunto del empleo femenino.Así pues, el crecimiento del número de mujeres consideradas activas en la población europea se lleva a cabo mediante el aumento del empleo a tiempo parcial, a pesar de que las investigaciones muestran que para la mayoría de ellas no se trata de una preferencia, sino de la única opción a que tienen acceso.En esas condiciones, paradójicamente, a las razones que se suelen aducir para explicar la resistencia de las mujeres en el mercado de trabajo en tiempos de crisis -aumento del nivel de instrucción y de los empleos públicos, nuevas actitudes ante el matrimonio y el divorcio, escolarización infantil más precoz- habría que añadir el incremento del número de empleos precarios, ya que el trabajo a tiempo parcial lo es. El horizonte profesional es limitado; la promoción, escasa; la protección social y el salario son menores y el riesgo de despido, mayor. Las características del marco económico-social en que se produce este aumento del empleo a tiempo parcial, y las connotaciones de segregación que quedan señaladas, impiden considerarlo, hoy por hoy, como una puerta abierta a esa mayor y mejor distribución del trabajo y del ocio que algunas mentes avanzadas han querido imaginar para el futuro.